Un Hermoso Lugar

Un Hermoso Lugar

domingo, 25 de diciembre de 2011

Noches oscuras.8

Desperté aquel día acurrucada entre mis tres lobos, como en los últimos días. Me sentía con fuerzas de poder lograr cualquier reto que me pusieran por delante aquel día, solo una cosa me perturbaba, algo dentro de mi, una extraña culpa, pero que no llegaba al arrepentimiento.
Había matado a mi gato, había clavado un cuchillo en su pecho, el animal que llevaba compartiendo mi día a día durante un par de años ya, que había sido mi único compañero en el tiempo que había pasado encerrada en esa casa escribiendo. Y ahora yo lo había matado ¿Y para qué? Para complacer a un nuevo animal, a uno más grande y magnifico, a uno que sentía como parte de mi familia, cosa que al gato no. Aun así, teniendo en cuenta el tiempo que había pasado viviendo con mi gato y el tiempo que llevaba con los lobos debía de sentir algún tipo de pena o remordimiento, si que me sentía culpable, pesaba sobre mi ese sentimiento, pero si tuviera que volver a escoger volvería a clavar ese cuchillo en su pecho, porque ahora mi familia me aceptaba y porque la culpa no era lo suficientemente grande como para no poder soportarla.
Alcé mi vista y miré a la gran loba sonriendo, ella se me quedó mirando un momento y husmeando el aire la escuche proferir un suave gruñido ronco, algo no andaba bien del todo, sabía que no había acabado de perdonarme por lo que había hecho, pero aun así su comportamiento era excesivo, no sabía que más podía ofrecerle para que terminara de perdonarme.
Me levanté y me dirigí a ella, le pregunté que qué más podía hacer por ella. La loba me dio un toque con el hocico en la pierna y me dijo con la mirada que aun no lo sabía, después miró hacia otro lado y se apartó de mi. Sentí cómo otro lobo se restregaba contra mi pierna y ponía su cabeza bajo mi mano para consolarme, miré hacia abajo y vi a la loba negra, era la primera vez que me pedía una caricia, así cómo al lobo gris lo había acariciado ya un par de veces y el blanco estaba saltando sobre mi para jugar cada dos por tres ella siempre había sido algo más distante y fría, más seria, pero ahora que me veía algo derrotada me daba su apoyo.
Salí con los tres a merodear por la zona, me miraron los tres al llegar a un apartado con muchos matorrales bajos. Me les quedé mirando, no sabía que era lo que intentaban decirme, les pregunté. El lobo blanco comenzó a saltar sobre los arbustos y la loba negra le imitó pero de una forma más sobria y calculada. El lobo gris se me quedó mirando, leí en su mirada, me decía que me iban a enseñar a cazar presas pequeñas, que la gran loba no quería que yo volviese a esa casa mía, que quería que aprendiese a alimentarme por mi misma y que si de momento era incapaz de cazar grandes presas que al menos aprendería a cazar las pequeñas para poder sobrevivir.
Lo entendí a los pocos instantes cuando el lobo blando levantó la cabeza con un conejo entre sus fauces. Comenzó mi entrenamiento como cazadora, lo hacía lo mejor que podía, pero los conejos eran verdaderamente rápidos, había probado a meterme en la conejera, pero esas madrigueras eran mucho más profundas de lo que jamás hubiera pensado. Era imposible. Me quedé observando a mis compañeros, para aprender de ellos, al igual que había seguido lo que había visto para atrapar al gato debía de aprender como se cazaban los conejos. Saltaban en un extremo de la madriguera y silenciosamente se colocaban en la otra salida y esperaban pacientemente a que el conejo se asomase lentamente para intentar huir, si se lanzaban demasiado pronto a por él lo perdían porque no llegaban a alcanzarlo, pero si tardaban demasiado el conejo les veía y volvía de nuevo a la madriguera, había que saltar en el momento preciso para poder atraparlo.
Para cuando me dispuse a intentarlo de nuevo todos tenían ya su conejo, habían pasado un par de horas, era mi momento para cazar.
De pronto nos llegó un aullido desde lo lejos. La gran loba nos llamaba a cazar, tenía una voz tan potente que nadie en la manada se atrevería a desobedecerla. Mis compañeros enterraron sus conejos antes de llegar a la cueva, eran su caza personal, no era algo que fueran a compartir con el resto a menos de que fuera una época de escasez, pero este año la primavera estaba llegando pronto y las presas abundaban por lo que yo había visto en este tiempo con ellos. Llegamos corriendo al punto de encuentro, casi toda la manada se había arremolinado ya en torno a la gran hembra, se preparaban para salir a cazar. Cuando estuvimos todos comenzó la carrera, todos corríamos a un paso que para ellos no era de carrera rápida, ya que debían guardar fuerzas para el momento de la verdadera caza, yo en cambio tenía que darlo todo de mi para poder mantenerles el ritmo, corría con todas mis fuerzas, pero no me cansaba, mi pecho no ardía y mi costado tampoco dolía, por lo que podría seguir esta marcha durante un rato más al menos sin problemas.
De pronto me caí, no supe por qué, solo se que di dos volteretas por el suelo, que me levanté casi de la misma como pude y que seguí corriendo. Varios de la manada se habían percatado de mi caída, pero nadie se paró a esperar ya que vieron que me recuperé pronto. La gran loba también me había visto y dio un pequeño gruñido de desaprobación. Mierda, no entendía por que me había caído, no había pisado mal ni había perdido el equilibrio, tampoco había tropezado ni nada por el estilo, solamente que ahora sentía que me costaba más correr, sentía torpe una de mis piernas, tal vez me había golpeado de mala manera en ella. No me importó, seguí corriendo junto a mis hermanos para que no se preocupasen por mi. Encontramos pronto las presas, una cierva con su cría. Escuché las órdenes, íbamos a por la cría.
Entre todos preparamos una encerrona en media luna, habían dejado un hueco para mi incluso, confiaban en que les ayudase en la formación de acercamiento al menos. Me agazapé entre los altos arbustos al igual que ellos hacían y nos fuimos acercando poco a poco, sigilosamente, tratando de no hacer ningún ruido. Conseguí ser tan sigilosa como ellos, o al menos los ciervos no me escucharon que era lo que más me importaba.
Cuando estuvimos lo suficientemente cerca comenzó la carrera, nos abalanzamos todos al mismo tiempo, pero la madre fue más rápida que nosotros y empujó a la cría para hacerla correr. Ambas empezaron un galope enloquecido por el bosque y nosotros detrás, estaba orgullosa de mí misma, estaba manteniendo la misma velocidad que la manada, estaba aguantando ese ritmo desenfrenado, mis piernas se movían más rápido que nunca, era una locura, mi mente no podía más que pensar en el animal que corría delante de mi, en que debía atraparlo.
Volví a caer al suelo, esta vez tampoco sabía porqué había sido, volví a rodar por el suelo, trate de ponerme de pie pero no lo conseguí, llevaba demasiada velocidad como para conseguirlo tan fácilmente. Noté como mis costillas se estrellaban contra algo duro, contra un árbol, intenté ahogar un grito de dolor cuando mi cuerpo paró contra el árbol pero un leve gemido escapó de mis labios. Vi cómo mis tres lobos se olvidaban de la presa para volver a ver si yo me encontraba bien, intente decirles que continuasen con la caza, que la loba les regañaría si veían que habían abandonado la caza, pero a penas pude pronunciar las palabras, el golpe me dolía mucho, palpé mis costillas, por suerte no había ninguna rota. Me puse en pie, aun podía caminar, al final el golpe no había sido para tanto, o eso me parecía a mi.
Al de un rato la manada regresó hasta el punto donde nos habíamos parado nosotros, traían consigo a la cría de ciervo. Todos pasaron de largo para seguir hasta la cueva menos la gran loba, yo creí que nos iba a regañar, pero tan solo les dijo a mis compañeros que ese día no probarían la presa, a mi ni tan siquiera me miró.
Les seguimos a la cueva, no me dolían demasiado los golpes pero seguía sintiendo una de mis piernas algo torpe, cuando llegamos me senté y palpe toda mi pierna en busca del problema, lo vi pronto, me quité la zapatilla, la suela estaba totalmente suelta, por eso había tropezado y caído en ambas ocasiones, la maldita suela me había hecho tropezar en ambas ocasiones. Saqué el cuchillo del cinturón e intente cortar el trozo de suela levantado para no volver a tropezar por su culpa, en realidad necesitaba unas zapatillas nuevas, pero al pensar en ello recordé las palabras del lobo gris sobre que la gran loba no quería que yo regresase más a mi casa.
Escuché al lobo blanco dar un pequeño gemido a mi lado y lo vi retroceder un paso, miré en la misma dirección que él y vi a la gran loba dirigirse directamente hacia mi. Se quedó mirando la zapatilla en mi mano y mi pie descalzo, olisqueó ambos. Luego acercó su hocico al golpe de mi costado y me apretó un poco, intenté ahogar un gemido de dolor, pero me fue imposible. Entonces ella agarró mi camiseta con fuerza entre sus dientes y empezó a tirar gruñendo, el resto de los lobos se acercaron un poco para observar lo que pasaba. Sus gruñidos me estaban asustando y la fuerza con la que tiraba de mi ropa también, intenté ponerme en pie, no me lo permitió, me empujó para que volviera a caer de culo. El lobo gris intento entrometerse pero con una mirada feroz ella le paró. Siguió tirando de mis ropas, cada vez con más fuerza, las costuras del otro lado de la camiseta crujieron con fuerza pero no llegaron a ceder. Los trozos que tenía agarrados con los dientes si. Se rasgó la camiseta y ella escupió los jirones al suelo, se volvió a acercar a mi y miró la enorme marca morada que estaba apareciendo en mi costado izquierdo.
Dio un gruñido bajo en el que entendí un "ayudadme" al resto de los lobos, ella fue la primera en volver a sujetarme con sus dientes, el resto se abalanzaron sobre mí, grité asustada, pero dejé de hacerlo cuando noté que ninguno de ellos había clavado sus dientes en mi carne, todos agarraban mis ropas y tiraban de ellas. Escuchaba las telas crujir y romperse, sentía los tirones de todos los sitios al mismo tiempo, cerré los ojos con fuerza e intenté apartar el miedo.
Al final pararon. Me miré y contemplé mi cuerpo totalmente desnudo, sentí pudor e intenté recuperar los jirones de mi ropa. La loba me gruñó para impedírmelo, colocó una de sus patas sobre mi vientre y volvió a olfatearme, restregó su hocico contra mi, esta volviendo a marcarme como a una de la manda, no podía creer que por fin estuviera dispuesta a volver a darme la marca de la manada, ademas sin haber echo yo ningún otro mérito. Se quedó mirandome con la pata aun en mi vientre, me estaba adviertiendo que aun estaba a prueba, que a partir de ese momento debía empezar a cumplir mis objetivos, que ahora me habían liberado de aquellas pertenencias humanas que tan solo iban a dificultar mi marcha.
Todos los lobos se acercaron a mi y volvieron a restregar sus hocicos contra mi cuerpo, eran tan suaves, sentir su pelo en mi piel. Tenía toda la piel de gallina, según fueron restregando sus hocicos contra mi me fui sintiendo más parte de ellos, el pudor desapareció poco a poco para cuando los tres últimos se acercaron, mis tres lobos, ya no sentía pudor alguno. La loba negra se restregó contra mi vientre, el lobo blando restregó su hocico por mi cuello y el lobo gris contra mis pechos. Sentí el contacto de ellos tres como el más especial de todos, mi cuerpo se erizó, ahora si que les sentía mis hermanos de verdad, mis compañeros y amigos.
Miré los trozos de mi ropa bajo la luz de la media luna creciente, ya casi eran tres cuartos de luna y brillaba intensamente. Recogí del suelo el cinturón y el cuchillo, eran las únicas cosas que habían quedado enteras, la gran loba me observaba, también recogí un trozo de tela vaquera y salí fuera de la cueva, la luz de la luna bañó mi cuerpo desnudo, aspiré con fuerza el aroma del bosque, del aire limpio, jamás lo había captado con tanta pureza como en aquel instante. Me senté en el suelo y envolví el filo del cuchillo en el trozo de tela y con los jirones que colgaban lo sujete para que la improvisada funda no se soltase tan fácilmente, después cogí el cinturón y le di varias vueltas alrededor de mi muslo, lo más alto posible y lo até con fuerza, después enganché el cuchillo con su funda en el cinturón. Sería útil conservarlo y así quedaba a la altura de mi mano perfectamente, para poder echar mano de él cuando más lo necesitase.
Volví a entrar en la cueva, la loba me miró con aprobación, todos se estaban acostando ya para descansar, me eche junto a mis lobos, ellos se arrimaron a mi más que los días anteriores, creo que entendían que yo utilizaba esas ropas para guardar el calor. Sus pelajes eran muy cálidos, al igual que sus cuerpos, me sentía verdaderamente a gusto entre ellos. la suavidad de sus pelos estremecía mi piel cada vez que se movían un poco. Aquella noche mis sueños fueron cálidos.

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