Un Hermoso Lugar

Un Hermoso Lugar

domingo, 27 de mayo de 2012

Noches oscuras.22

Desperté con los nervios de punta, no había conseguido descansar nada en toda la noche. Seguía sintiendo esa sensación de tener que salir corriendo de allí, que no era bien recibida. Siivet parecía dormir plácidamente y no quería despertarle, si al menos uno de los dos podía descansar debía dejarle.
Me levanté y salí de la casa para sentarme en el banco de piedra de la entrada. Aun no había oscurecido totalmente, se veían los rayos del sol ocultándose entre las montañas, ocultándose a lo lejos, en la misma dirección hacia la que quería correr en estos momentos. Pero debía esperar, debía esperarle. Sentí una fuerte punzada en mi vientre, tras unos pocos segundo pensativa me di cuenta de que mi cuerpo debía empezar a sangrar en pocos días, ya conocía bien aquellas punzadas de dolor. Sería incomodo estar sangrando durante varios días, en aquel punto seguramente echaría de menos los recursos modernos, o pasaría todo el día metida en el río, era la otra opción. Aun así iba a ser embarazoso, no por los lobos, sino por él. Aun me quedaban uno o dos días para que aquello ocurriese, llegado el momento me preocuparía por ver que hacía o me prepararía para afrontar la vergüenza.
Acabó de caer la noche, la luna ascendió pálida en el cielo, una amplia expresión de tristeza. Poco a poco, al pasar los próximos días esa luna seguiría menguando desapareciendo por fin esa tristeza. ¿Porqué la luna estaba triste antes de desaparecer? ¿Y porqué sonreía para convertirse después en esa mueca de sorpresa y comenzaba a entristecer para desaparecer de nuevo? Jamás lo había pensado así, pero en verdad eso es lo que representaba la luna, eso era lo que ocurría en la vida día a día. Al principio todo parece feliz y perfecto, hasta que descubres algo y entras en desengaño, la tristeza te invade hasta que finalmente desaparece. Era curioso pero era como yo lo veía ahora. ¿Pero no podía ser todo feliz? ¿Debía haber siempre un desengaño? No, eso no podía ser así, ahora mismo yo no quería ningún desengaño en mi vida. Había descubierto muchas cosas respecto a las condiciones y pasado de la persona con la que compartía ahora mi lecho y en ningún momento se habían convertido en echos que pudieran llegar a entristecerme aunque esa hubiera sido la reacción lógica. Ahora no seguía a la lógica sino al instinto, tal vez esa era la diferencia. Si seguir al instinto en lugar de a la lógica hacía que no hubiera tristeza en mi vida, que las cosas no tuvieran que desaparecer seguiría haciendo caso a ese mismo instinto que me había llevado hasta los lobos.
Volví a entrar en la casa, Siivet aun estaba despertando, parecía algo desorientado, tal vez el lugar extraño, o el no encontrarme a su lado.
- ¿Donde estabas? - era la segunda.
- Fuera, me desperté pronto y no quise molestarte - contesté acercándome para darle un beso - debemos volver, nos estarán esperando.
Se levantó y salimos de la casa. Al volver a pisar la hojarasca del bosque parecí relajarme, volvía a estar en casa, ya no era una extraña.
- ¿Qué ha cambiado? - preguntó de improviso Siivet.
- Nada, ¿Qué debería de haber cambiado?
- Ahora te veo más tranquila, desde que hemos comenzado a alejarnos de la casa. ¿Te trae malos recuerdos? ¿Acaso no querías volver?
- No es eso. Ya te dije la aversión que sentía al estar en esa casa. No es algo que pueda explicar con echos, es un sentimiento de estar invadiendo una propiedad que no es mía.
- Es raro siendo tu casa.
- En realidad era de mis abuelos. Pero no se, me siento más como en casa al estar en el bosque, eso es todo.
No preguntó más acerca del tema. Caminamos a buen ritmo de vuelta a la cueva, cuando llegamos todos los lobos se había despertado ya. Al vernos el lobo blanco corrió hacia nosotros y comenzó a saltar a nuestro alrededor lamiéndonos, dándonos la bienvenida. La loba negra también se acercó a nosotros pero más tranquila, se alzó sobre las patas traseras para llegar a lamernos la cara a cada uno de nosotros y después se frotó contra mis piernas. El lobo gris en cambio esperó en la entrada de la cueva, su mirada era triste e interrogativa. ¿Se sentía abandonado? Eso parecía, tal vez porque el día anterior no habíamos regresado, porque no había ido a dormir con él, porque había pasado todo el día con el que él casi veía como su competidor o algo parecido.
Me acerqué hasta el lobo separándome del hombre para acariciarle y abrazarme a él. Me lamió la cara y se frotó con fuerza contra mí como intentando volver a implantar su olor, de alguna manera yo era suya, pero me compartía, dejaba que alguien de mi especie, más o menos, cuidara de mí.
Cuando entramos en la cueva la manada al completo nos saludo, estaban esperándonos. La gran loba incluso tenía una expresión de preocupación que desapareció nada más vernos entrar. Se acercó para olfatearnos y tras dar su aprobación también ella se frotó contra nuestras piernas, incluso permitió que Siivet la abrazase. Yo veía cómo la gran loba sentía un aprecio especial por él, parecía casi el mismo aprecio que sentía el lobo gris por mi. Creo que tal vez incluso, si él lo desease le permitiría dormir en el centro de la cueva junto a ella. El solo pensarlo me hizo sonreír, era gracioso el pensar que yo habiendo llegado mucho antes seguía relegada a la periferia de la cueva y él nada más llegar se había ganado el puesto central. Estaba claro que era un macho fuerte y con poder, aunque según él le quedara poco esa fuerza seguía en su interior y los lobos la percibían y respetaban. Su salud había mejorado por lo que solo le quedaba cazar una presa para convertirse en líder de la manada junto a la gran loba. ¿Entonces yo quedaría completamente relegada? ¿O por el contrario me mantendría a su lado? Si únicamente fuésemos lobos claramente él se emparejaría con la gran loba para dominar el clan, yo me quedaría con el lobo gris en la periferia. Pero no era así, nosotros dos eramos de otra especie y nuestra forma de sentir y de emparejarnos no se realizaba de la misma manera que la de los lobos.
Después de los saludos comenzamos con las tareas diarias, nos habían esperado para que encendiésemos el fuego para poder asar la carne. Trajeron otra gran porción del animal cazado dos noches atrás, seguramente esta noche volveríamos a salir de caza ya que con el tamaño de la manada las presas no duraban más de dos noches y había que mantener a todos los miembros del grupo con fuerzas.
Mientras preparábamos el fuego y esperábamos a que la carne se cocinase hice participe a Siivet de mis divagaciones acerca de las jerarquías en la manada. Le hizo mucha gracia y eso me quedó claro por el rato que estuvo riéndose sin parar.
- ¿Acaso estás celosa de la loba? - preguntó aun entre risas.
- No he dicho eso en ningún momento, pero no me puedes negar que te prefiere.
- Entonces la cosa es que soy un macho dominante. ¿Acaso tu no eres una hembra dominante también?
- No tanto como ella, no quiero la manada para mi.
- ¿Y a mi?
- Tu ya eres mio. - contesté sin ningún atisbo de duda.
- ¿Como estás tan segura? - su sonrisa era burlona.
- Te encontré tirado en medio del monte y te recogí. El que lo encuentra se lo queda. Así que eres mio y puedo hacer contigo lo que quiera. - le dije acercándome a él y lamiéndole una mejilla. Él comenzó a reírse con ganas.
- Me ha gustado tu argumento. Entonces si, soy tuyo... o acaso no me encontraría alguno de tus lobos antes.
- Eso no importa, yo te recogí.
- Así que lo admites, no me encontraste tú, seguro que fue tu lobo gris el primero en verme.
- Es un buen rastreador, y un buen escalador para mi sorpresa. Pero fui yo la que los puso sobre la pista, la que comenzó a ir hacia ti.
- No vas a ceder, soy tuyo y punto. - contestó sonriéndome.
La loba negra se nos acercó y se recostó sobre mis piernas, con las patas cruzadas sobre mi y la cabeza apoyada en sus propias patas delanteras. Se quedó así tumbada mirando hacia Siivet, parecía cansada o preocupada. Había notado la preocupación de mis lobos por la desaparición de la noche anterior. Me había marchado sin ellos y no había regresado en toda la noche, seguramente habrían pensado que abandonábamos la manada aun habiendo avisado de que no volveríamos, ahora no querían dejarnos solos por miedo a que volviéramos a desaparecer.
Acaricié su cabeza con cariño y ella cerró los ojos y pareció quedarse dormida, aunque supe que solo fingía en el momento que se puso en pie, ya que fue el mismo instante en el que la carne estuvo asada y Siivet comenzó a repartirla. Aun así se quedó cerca nuestro y tanto el lobo blanco como el gris se acercaron también a recibir su porción, lo que me sorprendió en parte es que se quedaron a nuestro lado para comer, cosa que nunca hacían, solían alejarse unos pasos para asegurarse de que ninguno de los hermanos les robaban su porción. Siempre había algún gruñido bajo o alguna rencilla pequeña a la hora de la comida. Hoy no, mis lobos se quedaron a nuestro lado y en ningún momento se escuchó ni un solo gruñido, estaban demasiado preocupados por una escapada, la loba negra en especial. No le dí mayor importancia en ese momento, al día siguiente se les pasaría y al tenernos el resto del tiempo junto a ellos su preocupación sería menor. Al acabar de comer salimos con los lobos fuera de la cueva, me encantaba contemplar aquella luna. Recorrimos las inmediaciones, los lobos parecían rastrear olores de algún animal pequeño, seguían pequeños senderos que no se alejaban demasiado.
Caminamos sin alejarnos demasiado de la cueva hasta que resonó en la noche el potente aullido de la gran loba. Su voz, estaba claro que ella era la de mayor autoridad. Su aullido era potente y demoledor, rasgaba la oscuridad de la noche y se oía en cualquier rincón, los demás lobos no eran capaces de conseguir ese volumen o simplemente al ser de menor jerarquía ni tan siquiera lo intentaban por no ofenderla. Recordé cómo era el aullido de mi lobo cuando le conocí, cuando me llamaba desde las profundidades del bosque para que acudiese a él, era mucho más suave y quebradizo. Nunca pensé que se pudiera diferenciar a los lobos por sus aullidos, pero había aprendido a hacerlo en éste último mes, cada uno tenía su marca, su distintivo y como cualquier persona su  propia voz. Eran más humanos que la propia humanidad.
Regresamos a la cueva para acudir a la llamada de la loba. Nos esperaban con casi toda la manada ya reunida, aun faltaba algún rezagado que se había alejado más de la cuenta. Cuando todos estuvimos reunidos me sorprendió el que no hubiera frotes de hocicos entre los componentes de la manada como solía haber siempre que se iniciaba una cacería. Eso solo podía significar una cosa, que no íbamos de cacería.
Comenzamos a andar todos juntos, pronto me dí cuenta de qué era lo que estábamos haciendo, recorríamos el perímetro del territorio. Ya lo habíamos hecho alguna vez, cuando yo había entrado en la manada, para enseñarme el terreno y otra para comprobar que nadie nos hubiera robado parte del territorio, ahora lo hacíamos por Siivet, él ya se había recuperado y había participado en su primera cacería, debía aprenderse los límites del territorio para asegurarse de que no entraba en el de otra manada.
Caminamos durante toda la noche, pasamos junto a la cabaña de nuevo, procuré no mirar hacia ella y Siivet hizo lo mismo. Posé una mano en su brazo y dirigió su mirada hacia mí, apenas habíamos intercambiado unas pocas palabras en todo el recorrido, íbamos observando cada árbol del linde del territorio para memorizarlos.
- ¿Te sigues sintiendo culpable? - le pregunté.
- Intento perdonarme poco a poco, pero estar cerca del lugar que me recuerda qué es lo que hice no ayuda demasiado.
Volvimos a alejarnos de a cabaña y seguimos paralelos al camino que llevaba al río, solo que siguiendo los senderos de los lobos en lugar del que los humanos habíamos creado.
Sabía que el río y su remanso eran uno de los puntos de finalización del territorio y que desde allí nos dirigiríamos directamente hacia la cueva después de un pequeño descanso ya sin seguir los límites del territorio. Según fuimos alejándonos de la cabaña Siivet volvió a animarse y a volverse curioso por todo lo que le rodeaba.
Al ver el río una sonrisa apareció en su rostro, claramente recordaba aquel lugar y si le traía los mimos recuerdos que a mi estaba claro que era un buen momento para olvidarse completamente de la cabaña. En cuanto la gran loba paró para dejar que todos nos acercásemos al agua el lobo blanco emprendió la carrera para entrar en el agua con un enorme chapoteo salpicando todo a su alrededor. Sentí ganas de imitarlo y no me privé de ello, corrí tras él para lanzarme al agua, vi a la loba negra corriendo a mi lado mirándome, cuando salté al agua la escuché proferir un pequeño gemido, un lloriqueo, no lo entendí y por ello me quedé mirándola desde el agua. Se quedó quieta unos instantes en la orilla del río para después seguirme, nadó a mi lado hasta la cascada como siempre solía hacer y metí la cabeza bajo el chorro. El lobo blanco nadaba de un lado para otro, parecía ir siguiendo algo que nadase rápido debajo de él, tal vez hubiera visto un pez o algo e intentaba darle caza.
El resto de la manada casi al completo estaban junto a la orilla bebiendo agua, tumbados a descansar o revolcándose en el agua embarrada, muy pocos eran los que habían entrado a nadar más allá como nosotros. Al que no vi por ningún lado fue Siivet. Por un instante pensé en que habría vuelto a entrar en el agua para intentar nadar y que esta vez con las alas se había ahogado. Le vi asomar la cabeza muy cerca de donde nadaba el lobo blanco, éste fue hacia él en cuanto le vio asomar para echarle las patas encima. Volvió a sumergirse y en un abrir y cerrar de ojos, tras unas pocas ondulaciones de la superficie, estaba a nuestro lado. Me quedé verdaderamente sorprendida por aquella velocidad y entendí que era lo que andaba intentando pescar el lobo blanco antes. Él también nadaba hacia nosotras pero llegó un poco más tarde.
- ¿Cómo lo has hecho? - le pregunté verdaderamente sorprendida.
- Parece que estas alas son más útiles para bucear que para volar - contestó entre risas mientras se recogía el pelo hacia atrás para que los mechones empapados no le tapasen la cara. - Sirven de remos o algo así para impulsar el agua.
Me encantaba con el pelo mojado, con el agua chorreando por su cuerpo. Apenas estaba prestando atención a sus palabras, solo a sus labios y al agua resbalando por su torso, a las gotas que perlaban su rostro y su cuerpo. Posé una mano sobre su torso y lo recorrí con suavidad antes de acercarme a darle un beso. Él puso su mano en mi espalda y me acercó hacia sí. Por un instante perdí la noción de donde estábamos, de todo. Mi mente se quedó totalmente en blanco para disfrutar de aquel beso mientras toda mi piel se erizaba. Pero solo fue un instante porque él paró el beso y se separó unos centímetros de mí.
- ¿Intentas arrastrarme bajo las aguas bella sirena? - preguntó con una sonrisa malévola.
- Tal vez. - ese tal vez pareció convertirse en un sí ya que el lobo blanco saltó sobre mi espalda haciéndome perder pié  y empujándole por consiguiente a él para caer al agua.
Salimos a la superficie al instante. El lobo blanco saltaba a nuestro alrededor salpicándolo todo. Quería jugar, nada más, era joven y siempre tenía ánimos de juego y nosotros simplemente nos habíamos olvidado de ellos, imperdonable.
- Creo que me reclaman - comentó Siivet volviendo a hundirse y desapareciendo.
El lobo blanco fue tras él corriendo y nadando a la velocidad que le permitían sus patas y su pelaje. Les vi detenerse un momento metros más allá.
Yo volví a meter la cabeza bajo el chorro de agua sentándome en la roca que había justo bajo la caída de agua, así sentada el agua me llegaba por medio cuerpo. Que demonios me pasaba, jamás había perdido la cabeza de esta forma por nadie, pero el solo echo de tenerle cerca me hacía desearle. Más ahora con el agua cayendo por su cuerpo, su pelo empapado... no, debía apartar esos pensamientos de mi mente o no regresaríamos junto con los lobos a la cueva. La gran loba no lo permitiría y mis lobos se preocuparían más, además yo estaba agotada, apenas había descansado nada el día anterior y esta noche llevábamos todo el rato caminando. Además, tal vez él no sintiera las mismas ansias que yo y si seguía dejando que mi cuerpo actuase por mí podía regresar a la cueva con una gran decepción.
La loba negra se sentó a mi lado bajo la pequeña cascada mientras miraba al agua. Cuando la miré estaba observando atentamente un pez de un tamaño considerable que nadaba bajo al superficie muy cerca nuestro. Dirigió su mirada hacia mí un instante y luego de nuevo al pez. Al instante entendí lo que me quería decir, introduje las manos en el agua muy despacio, el pez pareció espantarse un poco y me quedé inmóvil. Enseguida regreso al mismo lugar que antes. Me fui acercando muy lentamente, en el último instante, cuando ya casi estaba tocándolo hice un movimiento rápido, sentí mi mano chocando contra el dorso del pez y este salió volando hacia arriba. La loba negra lo cazó al vuelo con un pequeño salto, quedó claro que se nos daba bien pescar juntas, no entendía porqué no lo hacíamos más a menudo, pero a partir de ahora quería hacerlo. Tal vez en vez de ir a cazar conejos podríamos ir a pescar.
Poco después la gran loba nos llamo para regresar a la cueva. Todos nos pusimos en movimiento, Siivet al ver el pez dejó denotar su envidia.
- Para ti no hay - le dije - este es solo de la loba negra y mío. Lo hemos pescado nosotras.
- Podrías compartir tu parte. - puso su sonrisa más aduladora.
- No va a funcionar, podíais haber pescado alguno vosotros, pero solo habéis estado jugando, éste es nuestro.
No iba a ceder, era una de las normas de la manada, cada cual conservaba sus propias presas, las había estado compartiendo con él mientras estuvo enfermo pero ya no era el caso.
Al llegar a la cueva entregué el pez a la loba negra para que ella lo enterrase en su sitio habitual ya que yo lo compartía con Siivet y esta presa no era para él.
Pronto nos echamos todos a dormir, cuando me dispuse a abrazarme a Siivet para dormir la loba negra lamió mi hombro y se enroscó junto a mi vientre entre los dos, así que al hombre no le quedó otro remedio que abrazarnos a las dos. Me dio un suave beso en los labios antes de dormir.
- Hoy te he estado deseando mucho - me susurró al oído con una caricia en el cuello descendiendo el dorso de su mano por mi pecho para volver después al rostro - me encanta verte empapada.
No quise contestar a eso, tan solo sonreí para mí misma y me abracé a él todo lo que la loba nos permitió, parecía tan pequeñita enroscada entre los dos. Me dormí con el calor de su pelaje en mi cuerpo, hacía tiempo que no me quedaba dormida abrazada a los lobos.

sábado, 26 de mayo de 2012

Necesito

Necesito correr, volar, sentir la libertad, gritar con toda la fuerza de mis pulmones hasta que mi garganta quede desgarrada. Solo para sentir que soy dueña de mi alma y mi corazón, solo para liberar todo el dolor, astio y cansancio.

domingo, 20 de mayo de 2012

Noches oscuras.21

Desperté de nuevo encapsulada dentro de las alas de Siivet. Hoy ya estaba él despierto para cuando abrí los ojos. Me miraba y acariciaba mi rostro con dulzura, eso es lo que me hizo despertar. Acercó su cara para darme un beso en la frente antes de extender sus alas para dejarme salir.
- ¿Cómo te encuentras? - le pregunté incorporándome y mirando a mi alrededor, los lobos seguían durmiendo aunque alguno de ellos ya comenzaba a moverse inquieto.
- Mucho mejor que al acostarme - contestó estirándose y frotando con suavidad la herida del brazo.
- ¿Qué intentabas para hacerte algo así?
- Buscaba mi propio estilo de caza. Si tengo alas de algo deberán de servirme. Además recuerdo que antes podía usarlas, tal vez estas al ser nuevas deba empezar a planear con más cuidado.
- Igual que un polluelo aprendiendo a volar.
- Si, más o menos. - contestó a mi burla con una sonrisa.
Me levanté y con su ayuda comencé a encender el fuego, si lo teníamos preparado para cuando se despertasen los lobos tardaríamos menos en terminar las labores del día. Tenía planes para esta noche. Por mucho que le hubiera dicho que no importaba, que no tenía curiosidad por saber si yo era la niña de su relato sentía como la duda me reconcomía por dentro. Simple curiosidad, pero una curiosidad que puede llegar a retorcerte por dentro.
Intenté volver a relajarme, no quería que él lo notase, era yo la que le había pedido paciencia, la que le había dicho que el saberlo no iba a cambiar nada, al menos por mi parte.
La primera en despertarse fue la loba grande. Se acercó a nosotros y se frotó contra los dos, también lamió la herida del brazo de Siivet con mucho cuidado. Aun así una mueca de dolor afloró al rostro del demonio. La loba pareció darse por aludida y se apartó dejándonos solos mientras ella se estiraba y el resto de los lobos se empezaban a despertar, al parecer el levantarse de la gran loba había sido lo que había promovido a los demás a despertar.
Trajeron una gran pieza del ciervo del día anterior en lugar de las pequeñas porciones de cada uno. Era una presa lograda con la ayuda de toda la manada, así que todos teníamos derecho a alimentarnos de ella. Tardó en prepararse más de lo que yo había pensado. Aun así cuando la retiramos de fuego el interior al lado del hueso seguía prácticamente crudo. No pareció importarle a nadie. Nosotros comimos de la parte más externa de la pieza ya que suele ser la más correosa, los lobos preferían lo que quedaba junto al hueso ya que era una carne más tierna y más jugosa, así que al menos nuestra parte estaba bien asada.
- Pareces nerviosa. - comentó Siivet. Parecía que por mucho que yo hubiera tratado de ocultar mi nerviosismo no lo había llegado a conseguir. La verdad es que estaba comiendo más deprisa de lo habitual.
Tan solo quería acabar cuanto antes para poder emprender la marcha. Para poder enseñarle la cabaña y descubrir de una vez si yo pertenecía a su pasado. Todo por esa maldita curiosidad mía que no conseguía espantar.
- No estoy nerviosa - mentí.
- Pues parece como si en cualquier momento te fueras a atragantar con la comida. ¿Qué es lo que te sucede?
No podía ocultarle mis nervios, eso me estaba quedando totalmente claro.
- Solo es que quiero ir a un sitio contigo hoy y quiero salir cuanto antes.
- Quieres ir a tu cabaña - me dijo mirándome fijamente a los ojos, como si estuviera sondeando dentro de mi mente. Aquello me puso un poco nerviosa, aunque en el fondo me estaba gustando ese tipo de conexión, cómo escudriñaba dentro de mi alma, cómo podía ver lo que mi corazón sentía solo con mirarme.
- ¿Cómo lo has sabido? - tan solo lo pregunté por inercia. Había sentido el sondaje en mi.
- Tus nervios son los mismo que yo siento y llevo estos días esperando a que por fin decidieras que fuéramos a comprobar el lugar.
Posó su mano sobre mi pecho, justo sobre el corazón y sentí un calambre que me dio una punzada en él. Sentí una especia de suave energía recorriéndome. Acaso eso eran vestigios de sus poderes o simplemente eran alucinaciones mías. Nunca llegaré a saberlo con certeza.
- Acabemos de comer para poder ir. Está lejos y quiero estar de vuelta antes del amanecer.
No tardamos mucho en acabar las porciones de comida que nos quedaban, ambos queríamos partir cuanto antes y nuestro nerviosismo crecía por momentos aunque ninguno de los dos lo quisiéramos admitir.
Al salir de la cueva los lobos no nos siguieron, ni tan siquiera mis tres lobos. Parecían saber que esto era algo que necesitábamos hacer los dos solos, los tres lobos se despidieron de nosotros y vi la mirada ansiosa de mi lobo gris mientras nos veía alejándonos de la entrada de la cueva pero en ningún momento trato de seguirnos. Entendí en su mirada que temía que esta pequeña excursión terminase por hacerme daño. En verdad la realidad podía llegar a ser dolorosa si nuestras historias se habían entrecruzado en el pasado pero yo me había decidido a que pasara lo que pasase nada me dañaría. No podría hacerme daño la realidad. Podía haber sido el causante de la muerte de mi padre, el hombre que caminaba a mi lado, éste con el que tenía esta extraña conexión. Si había sido él mi padre no era un buen hombre y se lo merecía... pero aun así...
No podía seguir pensando en ello o al final acabaría doliendo. Intente apartar los pensamientos de mi mente.
Según caminábamos le fui contando cómo me había encontrado el lobo la primera vez. Las veces que había huido, cómo la sociedad implantada en mi cabeza me había hecho temer a esos hermosos seres, lo dolorosos que habían sido aquellos días de duda y cómo finalmente me fui con ellos.
De esta forma trate de calmar mis nervios y los suyos, con los míos más o menos funciono pero él parecía estar al borde de un ataque cardíaco. Como ya había planeado la caminata fue larga ya que no quise ir corriendo como había hecho la vez anterior.
El brillo de aquella luna que cada vez adelgazaba más nos iluminaba ténuemente el camino, dando al bosque ese aspecto mágico que cada vez me gustaba más. La luz arrancaba destellos plateados de sus alas, parecían reflejar la luz de la luna al igual que un espejo.
Cuando la casa apareció ante nuestros ojos no pude seguir hablando. Vi como se ponía más tenso, más nervioso si cabía la posibilidad. Caminamos hasta la casa y abrí la puerta, entramos en silencio. Al igual que las últimas veces sentía que aquel no era mi hogar, que no debía estar dentro durante demasiado tiempo, pero tenía que enseñarle el lugar. Los bosques me resultaban más cómodos, más mi hogar.
Siivet caminaba tras de mi muy despacio, observando todo. Mi curiosidad crecía por momentos, ¿Estaría reconociendo el lugar? ¿Lo habría visto ya? Quería saber pero no me convencía el preguntarle, temía su reacción. Si no era yo la persona de su pasado todo seguiría igual, como si nada. Pero si era yo... tenía miedo a que su comportamiento ante mi cambiara, a que comenzara a verme como la niña que él había conocido. O que su remordimiento ante lo que había hecho a mi padre le cambiara y le hiciera abandonar la manada, abandonarme a mi. Por eso no hablé, solo esperé.
Le dejé recorrer la casa, siguiéndole de cerca, intentando leer en sus facciones lo que pasaba por su mente. Nada, no podía ver nada en sus ojos. Era como si hubiera salido de aquel cuerpo y tan solo una coraza recorriese las estancias. Se detuvo en el corto pasillo que separaba la cocina del salón, como si hubiera chocado contra una pared invisible. Se quedó allí plantado mirando al infinito, así que finalmente le rodeé para ponerme enfrente suya, le miré a la cara, parecía no estar viéndome.
Pareció percatarse de mi presencia unos instantes después. Me miró a los ojos con mayor intensidad de la que solía hacerlo, como si intentara traspasarme, pero parecía triste. ¿Estaba triste por no ser yo la niña de sus recuerdos o precisamente por lo contrario? Sin darme tiempo apenas ni a coger aire sujeto mi nuca con una mano y me beso con fuerza, casi me hizo daño cuando nuestros labios se juntaron. Sujetó mi cintura con la otra mano y pegó nuestros cuerpos con fuerza.
Respondí a sus besos, sentía su necesidad, su ansia... y su tristeza. Era tan triste el sentimiento que me estaban dejando sus besos y sus caricias pero al mismo tiempo hacían que todo mi cuerpo vibrase. El sentimiento que había en el era tan intenso que lo impregnaba todo a nuestro alrededor, sentía su intenso dolor en mi piel con cada una de sus caricias. ¿Entonces porqué hacía aquello? ¿Tal vez su forma de desahogar el dolor era esta? No era justo, ni para él ni para mi. Pero esa necesidad hacía que no pudiera rechazarle, me habría gustado que mostrara sus verdaderos sentimientos, que hablase conmigo. Pero él necesitaba esto, para calmar su pena, su tristeza, para ahogar el dolor él necesitaba tenerme.
Me aferré a su cuerpo con fuerza y le besé intentando competir con su necesidad. Pronto acepté el sentimiento de tristeza como mio y dejo de causarme dolor para hacer que todo mi cuerpo se acalorase, para empezar a compartir esa necesidad, ese deseo de volver a sentirle mío. Poco a poco le arrastré hasta el salón, hasta el sofá. Le obligué a sentarse para montarme a horcajadas sobre él y seguir besándole, aunque pronto giró para tumbarme en el sofá y ponerse sobre mí. Una de sus manos sujetaba mi pierna con fuerza, casi clavando sus dedos en mi muslo, su mano ascendió para acariciarme y todo mi cuerpo se estremeció. Era como la otra vez, todas sus caricias me dejaban sin aliento, sin apenas poder reaccionar. Su pantalón volvía a resultárme la cosa más molesta y odiosa que podría elegir un ser humano para llevar consigo. Necesitaba sentirle dentro de mi, necesitaba que volviéramos a ser uno, que la pena que nos rodeaba se disipara en el más puro placer. No tardé en deshacerme de la odiosa prenda de ropa pero aun así él no se acercaba, seguía recorriendo mi cuerpo con sus manos y yo el suyo con las mías, seguía besándome con fuerza y ansiedad pero una pequeña duda le recorría, podía sentirlo.
Se apartó unos instantes, lo justo para que yo pudiera ver como su ceño se fruncía, después volvió a besarme con intensidad y antes de que me diese cuenta eramos uno de nuevo. Vi como sus alas se extendía para después rodearnos, tenía el rostro enterrado en mi cuello y me besaba con fuerza, incluso sentí sus dientes clavándose en mi hombro. Estaba siendo más brusco y violento que la vez anterior pero sin llegar a hacerme daño en ningún momento, al contrario, aquello me excitaba aun más, lo disfrutaba.
No se cuanto tiempo estuvimos así, mi noción del tiempo desapareció por completo, tan solo existía él. Cuando terminó enterró su rostro en mi cuello y me abrazó con mucha fuerza, sujetando mis hombros, le sentía temblar y jadeaba por el cansancio. Pensé que lloraba pero no era así, cuando hablo su voz era clara y cargada del sufrimiento que había invadido todo a nuestro alrededor.
- Ódiame. - fue lo único que pude escuchar mientras apretaba con mayor fuerza mis hombros. Le había costado un trabajo indecible el pronunciar esa simple palabra.
- ¿Por qué debería odiarte?
- Porque fui yo. Fui yo quien mato a tu padre y quien te puso en el punto de mira del resto de los míos. Fui la causa de que tu sufrimiento comenzara. No soy capaz de darte la felicidad que merecerías después de lo que hice. Incluso ahora, no he podido ser amable contigo, tan solo te he utilizado para intentar alejar el dolor y la culpa por lo que hice...
- Te perdono - susurré a su oído - Tan solo tienes que perdonarte a ti mismo, además no me has utilizado, a sido algo que ambos hemos deseado.
- ¿Porqué me perdonas? ¿Porqué no me gritas? ¿Porqué no me pides que deje la manada? Que me vaya lejos donde no puedas volver a verme.
- Porque solo puedo amarte y jamás odiarte, porque quiero tenerte cerca, eres parte de mi manada, de mi familia. No te alejes, nunca. La persona a la que dañaste quedó en el pasado y aprendió a sobrevivir, abandoné la vida en la que era parte de la sociedad para pasar a ser parte de la manada y a esta persona no las has dañado y se que nunca lo harás. - acaricié su pelo con suavidad.
Apartó su cara de mi cuello para mirarme, sus ojos estaban vidriosos y se notaba cómo se contenía para no desmoronarse. Acaricié su rostro con el dorso de mi mano y le miré con seriedad, quería que viese la verdad de mis palabras.
- ¿Por qué aunque me perdones siento este dolor?
- Porque no te estás perdonando a ti mismo, debes encontrar lo bueno que tienes dentro.
- No tengo nada de eso.
- ¿Entonces porque yo si veo bondad? Hasta el momento nunca me has dañado. Desde que llegaste a mi mundo siento que está completo, que eras tu lo que me faltaba para que todo fuera perfecto. - volvió a abrazarme, su cuerpo temblaba de nuevo. Me abracé a su espalda y pase un rato acariciándola, en algún momento creí escuchar algún sollozo pero jamás podré saberlo con certeza, solo se que acabo por quedarse dormido sobre mi pecho.
Intenté despertárle diciéndole que debíamos regresar con la manada pero estaba agotado tanto física como mentalmente. Sentía que esa casa me repudiaba a cada momento, que debíamos regresar con los nuestros pero para él iba a ser imposible volver, estaba agotado. Conseguí despertárle lo suficiente como para hacer que fuera hasta el dormitorio y se acostase en la cama. Cuando vio que salía del cuarto me llamó.
- Elämä, quédate conmigo.
- Ahora mismo vuelvo, tengo un mensaje que entregar. - vi su cara de preocupación, el miedo a que desapareciera dejándole solo.
Salí a la calle y miré a los bosques, me llamaban y yo deseaba recorrerlos para regresar con mis hermanos, pero ahora mismo debía permanecer junto a Siivet, el también era parte de mi familia y en estos instantes necesitaba mi ayuda, necesitaba mi presencia y no estaba capacitado para regresar con los demás. Empecé a pensar en que posiblemente no se habría recuperado por completo de todas sus heridas por mucho que afirmase lo contrario.
Hice altavoz con mis manos, alcé la cabeza al cielo y aullé con todas mis fuerzas, intentando transmitir el mensaje de que aquella noche no regresaríamos a la cueva a dormir. No sabía si mi aullido les llegaría, mi voz no era tan potente como la de los lobos, pero era la única manera que tenía de avisarles antes de que comenzaran a preocuparse.
Recibí como respuesta un aullido de la gran loba, nos daba permiso para permanecer fuera aquel día pero debíamos regresar con la caída de la próxima noche.
Entre de nuevo en la casa. Siivet estaba sentado en la cama, esperándome, con el miedo a no verme regresar reflejado en el rostro.
- Te escuché aullar - comentó.
- Estaba mandando un mensaje a los lobos.
- Lo escuché, y también la respuesta. - se quedó mirando, suplicando con sus ojos que me tumbase junto a él pero sin atreverse a pronunciar las palabras.
Me subí a la cama y gateé hasta él, pase una pierna entre las suyas y acaricié su tórax y su abdomen recostándome después un poco sobre él para besarle. Se acurrucó hasta quedar tumbado y me sujetó por la cintura para atraerme hacia él. Sentí como algo se endurecía contra mi pierna.
- Creí que estabas lo suficientemente cansado como para no poder volver hasta la cueva. -  le reproche en tono burlón.
- Y estoy lo suficientemente cansado como para no poder ponerme en pie, pero no para tumbarme y que te sientes sobre mi - contestó con una sonrisa malévola. Eso me gustó, al menos ahora no estaba afligido. - Además necesito saber que en verdad me has perdonado para poder perdonarme a mi mismo.
Pasé mi pierna sobre él y me acerqué para besarle de nuevo, esta vez con más fuerza, quería demostrarle hasta que punto le perdonaba.
Aquella vez le dejé descansar, al menos no le hice moverse demasiado, me encargué de que disfrutara, de que sintiera que todo era como antes, que nada había cambiado. Cuando sentí que él estaba totalmente satisfecho me dejé caer sobre su pecho extenuada. Me recosté a su lado y besé su mejilla abrazándole con fuerza, ambos jadeantes.
- ¿Puedes ahora comenzar a perdonarte? - pregunté en su oído viendo como sus párpados pugnaban por mantenerse abiertos unos segundos más.
- Si, creo que podré empezar a perdonarme. - contestó besándome en la frente mientras se rendía al sueño.
Me abracé a él con cariño y dejé que el cansancio hiciera su trabajo para arrojarme a los brazos de Morféo.