Un Hermoso Lugar

Un Hermoso Lugar

jueves, 4 de abril de 2013

Noches oscuras.25

Me desperté temblando. Toda mi piel estaba helada, tenía la cabeza embotada, las extremidades y casi todo el cuerpo entumecidos, sobre todo el lado derecho que había adquirido una tonalidad morada a lo largo de casi todo el brazo y de parte de la cadera, los cardenales por la caída de hacía dos días empezaban a dejarse ver en su máximo esplendor.
Estaba medio dormida, despertando aun cuando un fogonazo vino a mi mente en
forma de muerte. Recordé en ese instante que el corazón de Siivet se había detenido, creía recordar que antes de dormirme rendida sobre su pecho había escuchado latidos de nuevo. Pero de aquello no estaba segura, podía haber sido tan solo un sueño, un sueño con la vaga finalidad de hacerme descansar, de que el destino se riese de mí al darme otra bofetada de realidad al despertar.
No me atrevía a acercar mi oído a su pecho. Posé una mano sobre uno de sus
brazos, estaba helado. Mi piel se erizó de terror, pero mi cuerpo también estaba helado, era una noche fría. Tenía que sacar valor y acercarme para escuchar su corazón, al final no sé de donde saqué las fuerzas pero me acerque, no escuché nada y volvió a congelárseme la sangre en las venas. Traté de prestar mayor atención en un desesperado intento de cambiar la realidad, y lo conseguí, allí estaba. Ese suave latido, apenas audible y una respiración apenas inexistente. Sujeté el cuchillo que estaba sobre la mesita muy cerca de su nariz para ver como pequeños cercos de vaho se formaban en su filo. Respiraba. Aunque yo apenas pudiera notarlo estaba respirando.
Casi no me lo podía creer. Seguía con vida, y había pasado ya un día, yo apenas
debía de haber dormido cuatro horas porque estaba comenzando a anochecer y en el momento que yo me quedé dormida aun debía de ser medía tarde. Me incorporé un poco sobre la cama para contemplarle. Tenía un tono pálido en la piel y parecía estar muerto, pero no lo estaba, yo sabía que no lo estaba. Acaricié su rostro con cariño, observándole, intentando discernir algún cambio en su tono de piel, algún gesto en su cara, un leve movimiento de una mano... Pero nada, nada en absoluto cambio.
No quería levantarme de la cama, no quería separarme de él, no deseaba perderle ni un solo instante de vista por miedo a que ese único segundo fuera suficiente para que su vida se me escapase de nuevo de entre los dedos, pero mi vejiga me apremiaba para que me moviera de su lado así que al final no pude evitarlo. Me levanté y fui hasta el baño lo más rápido que pude para volver cuanto antes a su lado.
Al regresar todo seguía como lo hubiera dejado pocos minutos antes. Acaricié su rostro con cariño y volví a apoyar mi oído sobre su pecho, todo en orden. Al quitar ese miedo de que al apartarme de su lado se desvaneciera me atreví a alejarme un poco más, asique fui hasta la cocina en busca de algo que yo pudiera comer y de agua para poder mojar sus labios al menos.
Mi nevera era un desastre, la mayoría de las cosas que allí había estaban
enmohecidas y desprendían un olor nada apetecible. Volví a cerrar el portón de golpe y eché mano de la puerta del congelador, allí las cosas se habían conservado como debía de ser. Saqué algo, ni siquiera me fijé en lo que era y lo dejé sobre la encimera. Después llene una botella pequeña con agua para poder regresar rápido a su lado. Aunque ya hubiera comprobado que no sucedía nada por dejarle solo unos pocos minutos no me atrevía a hacerlo durante demasiado tiempo, era un riesgo que no estaba dispuesta a correr. Aun así de camino al cuarto me di un segundo para asomarme por la ventana para mirar la luna que ya se alzaba sobre el firmamento. Apenas si era una rendija, un efímero haz de luz al que se le acababa la vida, por un momento lo temí por un presagio de que la vida de Siivet tocaba a su fin con aquella luna. Pero solo lo pensé por un instante, no tenía sentido ya que el día en el que la luna había tenido su máximo esplendor yo le había encontrado a él medio muerto, aquello no tenía nada que ver con el hilo de su vida.
Regresé a su lado sentándome junto a él en la cama. Todo seguía igual. Debía
quitarme esos miedos del cuerpo, tener confianza en mis instintos, seguirlos, hasta ahora solo me habían llevado hacia la vida que siempre había anhelado sin tan siquiera saberlo.
Rebusqué en las bolsas que había triado y saqué de una de ellas los antibióticos que había comprado en la sección de farmacia del supermercado. Disolví uno de los sobres en el agua del botellín después de leerme el prospecto por encima para poder saber al menos cada cuanto podía tomarse la medicina y si tendría alguna reacción secundaria, algo que debiera de saber.
Cogí unos cuantos cojines que estaban ahora tirados por el suelo para poder
incorporarle un poco en la cama. Trate de evitar acercarme a las alas que yacían ahora inertes en el suelo, me daba escalofríos el solo mirarlas, ahora me resultaban espeluznantes. Estaban marchitas e iban tomando tonalidades negras, de tonos enfermizos. Pensé en sacarlas a la calle y enterrarlas, pero aun no me atrevía a tocarlas y mi instinto no me decía que debía hacer con ellas, así que por el momento las deje donde estaban y me senté en la cama junto a él para tratar de hacer que bebiera el agua. Debía de necesitarla, no solo por que debía tomarse los antibióticos sino también por la cantidad de alcohol que se había bebido la noche anterior, eso siempre daba sed. Al menos no tenía que sufrir la resaca mientras estuviera inconsciente.
Acerqué la botella a sus labios y deje que unas pocas gotas los rozaran. Allí se
quedaron bañando sus labios. Probé a abrir con delicadeza su boca y deje que unas pocas gotas más resbalasen hasta su lengua, aunque no las tragara su boca las recibió sin causarle molestia alguna al parecer. Procure mojar su boca con agua cada pocos minutos sin llegar nunca a darle demasiada cantidad. Al parecer al ser pocas gotas de cada vez estas resbalaban fácilmente por su garganta sin necesidad de que él tragase.
No sé cuanto pasé así, a su lado, dándole de beber. Solo sé que mi estómago
comenzó a rugir y recordé entonces que había sacado algo del congelador. Aun no sabía lo que era, pero tenía hambre.
Volví a cerrar sus labios y me alejé de su lado. Caminé hasta la cocina y desenvolví aquello que había sacado hacía ya un rato. Eran unos filetes de pescado que ya estaban prácticamente descongelados. Me permití, por una vez en mucho tiempo el volver a utilizar una sartén y algo de aceite para freír aquel pescado.
Una vez cocinado cogí un plato y me llevé la comida al cuarto para volver a
sentarme a su lado. Sabía que él no podía comer en su estado, pero tenía la vaga ilusión de que el olor del alimento le hiciera despertar a algún tipo de estado de semiinconsciencia. Aquello no ocurrió aunque en el fondo ya me lo imaginaba, era algo completamente imposible. Ya no tenía su poder regeneratorio y la curación sería lenta, no podía esperar que despertase en menos de un día.
Me quedé a su lado y después de acabar mi comida volvía a dedicarme a darle de beber el agua a gotas y aunque me pareció que transcurría una eternidad el nivel de la botella de agua fue bajando y él en ningún momento se atragantó.
Cada no mucho tiempo echaba una mirada de reojo hacia las alas muertas. No sé por qué tenía el extraño miedo de que de pronto saltasen desde el suelo con la intención de volver a pegarse al cuerpo de Siivet para continuar absorbiendo su vida. Llegó un momento en el que no pude soportar más mi estado de nerviosismo y me bajé de la cama. Agarré una de ellas por un extremo y comencé a tirar para arrastrarla. Pesaba mucho más de lo que recordaba e inicialmente me vi incapaz de moverla. El tacto también era raro, ya no eran de piel suave, ahora parecían más rasposas, más rugosas. Tal vez era simplemente porque se estaban secando. Volví a tirar del ala que tenía agarrada con mayor ímpetu y por fin conseguí comenzar a arrastrarla. Su peso había aumentado una barbaridad y me resultó una tarea verdaderamente extenuante el llevarla hasta el salón, la dejé allí tirada en el centro de la estancia. Después volví al cuarto para arrastrar la otra también. Esta me resultó aun más pesada que la primera y tampoco recordaba que su peso fuera tan atroz. Tire con todas mis fuerzas para poder llevarla hasta el lugar donde había dejado la otra. En verdad habían tomado un color negruzco y estaban muy frías. Pero estaban muertas, ¿Qué más podía esperar?
Regresé al cuarto para sentarme de nuevo sobre la cama y comenzar otra vez con mi labor de administrarle agua gota a gota. No era lo que se dice difícil pero sí cansaba y era aburrido. Además ahora me dolían los brazos del esfuerzo de andar tirando de las alas.
No sé exactamente en qué momento de la noche fue, pero dejé el botellín en la
mesita junto a él. Cerré sus labios. Me recosté sobre su pecho y nos eché una de las mantas por encima. La noche era fría y sin mis lobos para arroparme en sus cálidas pieles la mía temblaba. Él tenía la piel de gallina también y su cuerpo estaba bastante frio. Por suerte, de momento, no había tenido fiebre. Quité los cojines de debajo de su espalda para tumbarle y cambiarle un poco de postura. Me abracé a su cuerpo y cerré los ojos mientras escuchaba su corazón para dejarme sumirme en el mundo de los sueños.

1 comentario:

  1. Pero al final q pasa... Y porque las alas pesan más como es que pueden pesar más despues de muertas? Absorven el mabiente? y como mola el super q dan antibioticos a lo guay. ¿De verdad q tenia q cenar pescado? no habia otra cosa...
    Esta muy bien pero por dios tanto esperar para quedarme donde estaba
    Seguro q esa luna no tiene nada que ver con la vida del pobre chico mutilado?
    No se no se
    una sola cosa...quiero mas.

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