Luna llena, me mira, me observa, con su eterno resplandor, con su indómito esplendor. Redonda, perfecta. Su luz brilla para clavar esa mirada plateada en mi y yo la miro y ella se oculta entre jirones de nubes que cree que la protegen pero apenas pueden eclipsar su profundo resplandor. Y su luz gobierna los cielos, con su mágica y su única hermosura en la noche de los muertos. La noche del diablo.
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